Tomás tenía una vida “perfecta”: un buen puesto, logros visibles, familia, respeto en su industria.

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Pero en silencio, vivía en piloto automático. Dormía mal, se despertaba a las 3:00 am con la mente llena de pendientes, sentía un cansancio que no se iba con nada.

 

Una noche, su hija le dijo con ternura:

“Papá, ¿puedes mirarme sin ver el teléfono?”

Y en ese instante, algo dentro de él se quebró.

 

No era falta de amor, era desconexión. No estaba presente en su propia vida.

 

Hasta que un día decidió parar. Delegar. Respirar. Escuchar. Y poco a poco, volvió a sí mismo.

 

Hoy ya no corre detrás de todo. Camina a su ritmo. Mira sin prisa. Vive con más calma.